jueves, 20 de diciembre de 2012

Sopa de piedras, paso a paso


 Ayer pude ir al útimo encuentro de este año de estudiantes del Obrim del IES Azud de Alfeitamí. Después de una asamblea cuando empezó el curso, decidieron tener como actividad vertebral de su trabajo este año trabajar en una obra de teatro sobre los derechos laborales. Desde entonces, se reúnen los lunes por la tarde en el salón de actos con Encarna, profesora de Filosofía, para preparar la obra y escenificarla este curso, en el centro, en el teatro de Almoradí, y donde se presente. Ayer pude estar con ellos, charlando, dando saltos en el tiempo, hablando de actividades que habíamos hecho el curso anterior, de cómo les va este curso, y cómo no, de la actual situación educativa y laboral, y de cómo vemos nuestro futuro. No sé si escogí esta profesión o me escogió ella a mi, pero me parece un privilegio que mi trabajo haya sido compartir el día a día con jóvenes que están inventándose a sí mismos, con mucho camino que recorrer. Así salí, con las pilas cargadas, y a la vez con un ronroneo de que en todas las conversaciones que tengo últimamente aparece la palabra miedo. Eso me trae un par de anécdotas, del verano que brotó la chispa del Obrim, la necesidad de dar forma a otra manera de ‘cooperar’ en nuestro lugar de origen. 
     El verano de 2008 viajé a Nicaragua con la ONG Escoles Solidaries, entre mis compañeras de viaje estaban tres maestras de vida, Alicia, Bea, y Vero, nudos del Obrim desde el primer momento. Estuvimos un mes viviendo con maestros y maestras del departamento de Boaco, intentando ponernos bajo su piel, y girando la nuestra. Pero esta parte la contaré o la contaréis otro día. Antes de volver a cruzar el Atlántico de vuelta, recorrimos el país, y en una de nuestras aventuras, Jorge, nuestro guía y amigo nica, Inma, Bea y yo nos fuimos a comprar pescado a un pueblo cercano con la camioneta que habíamos alquilado para viajar. En uno de los caminos embarrados por las brisas frecuentes que nos acompañaban todos los días, la camioneta se quedó atascada en un camino que daba a un barranco precioso. Ni cortos ni perezosos, en un lugar donde el tiempo no se mide con relojes, nos fuimos a dar una vuelta a ver si mientras tanto secaba. Dimos con un complejo hotelero todavía sin acabar, cuidado por nicas, pero cuyos propietarios eran 'gringos', así llaman los nicas a los estadounidenses. Allí nos pudimos bañar en su piscina de lujo, debatiendo, como de costumbre sobre las opciones de los turistas en estos países. Nosotras teníamos a Jorge, que siempre escogía la opción local, la de sumergirse en el lugar y sus gentes. Volvimos a la camioneta después del baño, la situación no había mejorado, pero teníamos que seguir, así que pusimos palos en las ruedas y Jorge subió a la camioneta dejando la puerta abierta por si había que saltar. Nosotras, detrás, con un pie dentro y otro fuera de la camioneta por lo mismo, y de la garganta salieron las siguientes palabras: ‘Tengo miedo’, y la respuesta, ‘El miedo no sirve para nada’. La camioneta, con el esfuerzo de los cuatro salió de allí, fuimos a por el pescado, aprendimos a limpiarlo, volvimos a nuestra cabaña a orillas del Pacífico con el resto del grupo y lo cocinamos acompañándolo del mojito que preparó Jorge con ron nica. Dos días después subíamos a un joven volcán, cargando algunos una especie de trineos caseros para poder descender surfeando por la tierra negra. No probé el trineo, bajé resbalando los pies, pero antes miré la pendiente con Vero y Bea, pensando que mejor darse la vuelta y bajar por la senda zigzagueando. Pero, ¿cómo perderse ese momento de dejarse llevar? Y disfrutamos de una bajada que seguro ninguna ha olvidado. 

Convivimos con el miedo. Ahora mismo que nos zambullimos en mares de incertidumbre, recuerdo a Ella, una estudiante de 2ºESO de Almoradí, que en septiembre  de 2011 decoraba las cajas del Obrim que llevarían con la exposición, el cuento cooperativo, los juegos de juegos, el diario de vida y las instrucciones de cuidados durante todo el curso 2011/2012. Preguntaba, ‘¿qué pongo? ¿qué dibujo?’, y le decía, ‘lo que tú quieras’, y me volvía a decir, ‘dímelo tú’, y le volvía a contestar, ‘eres libre de decidir’. Y volvió a salir en la conversación el miedo, porque comentaba que siempre les decimos lo que tienen que hacer, y ahora quería que decidiera ella, y no sabía qué hacer, y tenía miedo de no decidir bien. Se quedó pensando largo rato, y escribió en la caja ‘Trabajar juntos para perder el miedo’. He aprendido muchísimo estos años de experiencia Obrim, de cada estudiante que ha participado, y será imposible nombrarlos a todos, pero así ha sido también esta experiencia, siempre colectiva, impregnada de los retazos de todos. Se puede viajar sin moverse, con cada persona que tenemos cerca, con sus vivencias. A mi Nicaragua, me ayudó a perder el miedo, cuando vuelvo de un viaje pienso en una palabra que exprese un sentimiento que vertebre todos los momentos, y ese verano fue, libertad. Creo que por eso me dio la fuerza para, en septiembre, cuando me volví a encontrar con mis compañeras de viaje, después de crear el poso de los momentos vividos, proponer empezar Obrim una finestra al món.

¿Por qué ese nombre? Otro de los momentos que vivimos Bea, Vero y yo fue compartir una noche con la familia que acogía a Vero. Bea y yo fuimos por la tarde a su comunidad para ir a la escuela con ella y hacer un tallercito de experimentos de laboratorio sin laboratorio. La comunidad nos llevó al río, a darnos un baño termal, agua caldeada por los volcanes. De camino una cotidiana brisa nos hizo refugiarnos en la casa más cercana. Después volvimos a la casa de Vero para preparar una tortilla española. Teníamos lo necesario, aceite, huevos de gallinas felices, papas, una única sartén y leña. Nos pusimos manos a la tortilla, mientras, por el ventanuco de la cocina asomaban las miradas de tres niños curiosos, una foto que se podría haber hecho en ese lugar o en cualquier otro. A nosotras, esa imagen nos decía mucho, ese tiempo compartido nos abrió una ventana al mundo.

 Ese verano, cuando estábamos en Managua, íbamos a un bar revolucionario, Antología Bar, uno de los favoritos de Alicia, y en una de las conversaciones empezamos a hablar del sentido de la ‘cooperación’, un debate interesante. Comentábamos una frase que el Che que dijo en uno de sus viajes a Europa a la gente del ‘viejo continente’, no puedo citarla textualmente, pero la recuerdo así: ‘Vivís en la panza del monstruo, si yo fuera de aquí, me quedaría aquí y daría patadas dentro de la panza’. Y seguimos viviendo dentro de la panza del monstruo capitalista. Como os decía, en septiembre, después de ese viaje y de haber estado el verano anterior en Bolivia, ¿cómo acomodarse? Lo que hacemos aquí sirve aquí y allí, y viceversa, así es el efecto dominó que provocamos, por pequeño que nos pueda parecer. Conocer otras realidades, a raíz de cada uno de nosotros, pero ir más allá, conocer para hacer, hacer para cambiar, paso a paso.





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